No añado ni una coma.
Gary Medel, recuperado para el fútbol después de una trayectoria muy polémica
DIEGO TORRES - 23/06/2010
Había dado cuatro vueltas de campana antes de salir despedido por la luna de su coche, en avanzado estado de ebriedad, y había salido ileso. Había protagonizado varias peleas tumultuarias en distintos lugares públicos. Había celebrado una fiesta en su casa cuando una de las invitadas se quitó la vida arrojándose desde el balcón. Había sido detenido por la policía de Canadá durante el Mundial sub 20 de 2008, por agresión y desacato.
Su historial sugería una preocupante inclinación hacia el conflicto. Un año después, Gary Medel, es elegido mejor jugador de la segunda jornada mundialista por la FIFA, es una figura consolidada en Boca, uno de esos jugadores que le meten goles a River y después se cuelgan de la alambrada, como reclusos poseídos, para celebrar junto a la barra brava.
El cuerpo compacto, el pelo de punta, los ojos afilados rematando un morro de sabueso y las orejas abiertas y puntiagudas daban la razón a los compañeros que le pusieron el apodo: Pit-Bull.
Su invencible buen humor delata uno de esos espíritus sólidos, curtidos en una niñez tan difícil que ya el resto parece un recreo. Yo aprendí a no perder en mi barrio porque allí, al que perdía lo mataban", dijo. "Si no hubiera sido futbolista habría sido narcotraficante".
DIEGO TORRES - 23/06/2010
Había dado cuatro vueltas de campana antes de salir despedido por la luna de su coche, en avanzado estado de ebriedad, y había salido ileso. Había protagonizado varias peleas tumultuarias en distintos lugares públicos. Había celebrado una fiesta en su casa cuando una de las invitadas se quitó la vida arrojándose desde el balcón. Había sido detenido por la policía de Canadá durante el Mundial sub 20 de 2008, por agresión y desacato.
Su historial sugería una preocupante inclinación hacia el conflicto. Un año después, Gary Medel, es elegido mejor jugador de la segunda jornada mundialista por la FIFA, es una figura consolidada en Boca, uno de esos jugadores que le meten goles a River y después se cuelgan de la alambrada, como reclusos poseídos, para celebrar junto a la barra brava.
El cuerpo compacto, el pelo de punta, los ojos afilados rematando un morro de sabueso y las orejas abiertas y puntiagudas daban la razón a los compañeros que le pusieron el apodo: Pit-Bull.
Su invencible buen humor delata uno de esos espíritus sólidos, curtidos en una niñez tan difícil que ya el resto parece un recreo. Yo aprendí a no perder en mi barrio porque allí, al que perdía lo mataban", dijo. "Si no hubiera sido futbolista habría sido narcotraficante".