En no ganar durante siete jornadas seguidas y hacerlo en las dos últimas hay una gran diferencia.
En los discursos del entrenador de los siete partidos seguidos sin ganar, llenos de escusas y antiguos logros y el discurso del entrenador de las dos últimas victorias, apostando por el buen trato de balón y nada de peros, también hay bastante diferencia.
Pero hasta ahora y a pesar de que quieren hacerme ver lo contrario, el equipo de las siete derrotas seguidas y el de las dos últimas victorias solo se diferencia en eso, en los discursos y en el hecho de haber ganado los dos últimos partidos.
El equipo estaba mal, muy mal entrenado, mal posicionado y con una filosofía de juego rácana y previsible. Y está visto que tantos defectos de formas no se arreglan en dos días.
El equipo sigue igual de mal.
No quiero decir con eso que la decisión del cambio no era necesario, pero pudo ser algo tardía.
O que incluso Álvarez no tenga la capacidad de darle al equipo en tan poco tiempo el necesario cambio de rumbo.
O que todavía no lo ha conseguido.
O que sea imposible hacerlo.
Pero el equipo en Villarreal, como con el Tenerife y en Málaga, estuvo igual que con el Deportivo, el CSKA o en Madrid.
Es decir igual de mal.
Sigo impaciente por volver a ver el Sevilla que creo tener.
O que tenía.