Víspera de otra final. Un acontecimiento histórico en mi
club y muy importante para mí. Sobre todo en lo que concierne a mi estado de
ánimo en las próximas semanas. Meses diría yo.
Algo que desde que se consiguiera acceder a ella permanece
perenne en mis pensamientos. Y que su cercanía me intranquiliza cada vez más.
En realidad este tipo de partido que por suerte no es una experiencia
nueva, me produce pánico. Ni siquiera la supuesta superioridad alivia
mis miedos. Incluso diría yo que los aumenta, pues a más opciones de
conseguir ser campeón, más aumenta mis miedos a no serlo.
Mis temores los creo lógico, soy un sevillista que antes del
gol de Puerta al Schalke llevaba treinta y cinco años deambulando sevillismo
por la mediocridad en el futbol español y posiblemente sea por ello por lo que valore
en su justa medida lo que supone ganar un título europeo.
¿Y que supone?
Hacer Historia. Grandeza.
La posibilidad de un proyecto ambicioso. Aumentar nuestro prestigio, palmares,
presupuesto, reconocimiento, e incluso las
voces envidiosas que se dedican a insultar solo a los que ganan. Señal
inequívoca de grandeza.
Cierto es que mi sevillismo no depende de victorias, pero
igual de cierto es que victorias de esa magnitud te hacen sentir el hombre más feliz
del mundo.