Hoy es un día muy triste para el sevillismo. Y a la vez habrá
muchos estómagos agradecidos con una sonrisa de oreja a oreja. Sabedor que han
ganado una batalla a un rival incomodo e inesperado. Al menos eso creen. Porque no deben de olvidar, que es una batalla.
La historia es bien simple. El Sevilla tiene una afición increíble,
de las mejores de Europa, no en vano ha sido frecuentemente felicitado por la
UEFA por su buen comportamiento. Una afición capaz de trasmitir a su equipo una
fuerza y un compromiso a sus jugadores que casi lo hacen imbatibles en el Ramón
Sánchez Pizjuán (Ahí están las estadísticas tanto en liga como en competiciones
europeas)
Dentro de esa afición que acuden al estadio, unas 35.000
personas, se esconden tras la masa y unas siglas, no más de 20 niñatos violentos,
que en mayor o menor medida es un problema que ocurre en todos los estadio de España.
Pero el problema del club llega cuando resulta que el
Sevilla no solo ahora gana mucho en su estadio, sino que también lo hace fuera, y
empieza a molestar en la capital, por lo
que se implanta de manera severa un acoso y derribo al club. Y claro, que mejor manera que apuntar al corazón
del equipo. A su afición.
Para ello el poder establecido escoge el método más infalible
que se conoce y que mejor se manipula. La
prensa deportiva de la capital. Ellos son los encargados de mentir, desprestigiar
y sobre todo manipular mediante una veintena de periodistas televisivos y con
los panfletos más populares del país.
Sin duda su asqueroso y repugnante trabajo lo han hecho muy
bien.
La pena es que lo han conseguido (el CSD prohíbe el nombre
de Biris en los estadios de futbol) con la permisibilidad de nuestro
presidente, que por su carácter conciliador no ha sido capaz de defender a su afición
como se merecía. Permitiendo unos agravios comparativos incuestionables que
toda la afición sevillista con impotencia e indefensa siguen soportando.
Un día triste sin duda para el sevillismo que ve como el corazón
de la afición se ve golpeado una y otras vez con la única razón de hacernos más
débil y dejar de molestar en la capital.